viernes, 2 de marzo de 2012

El palacio de la luna - Paul Auster

Me parece que un comienzo verdadero, raso, es aquel que acontece cuando simbólica (y a veces literalmente) hemos perdido todo.
Después de haber pasado hambre, sed y vivir en la mismísima miserabilidad rebajado  por elección propia y razones existenciales a condiciones infrahumanas al punto de enloquecer por haber encontrado un billete en la calle para comer algo, viviendo de la caridad de la gente en Central Park, habiendo perdido al último integrante de tu familia con el que tenías una relación satisfactoria, puede existir la esperanza de un comienzo, si queremos. Y aunque no sea así, puede haber alguien dispuesto a rescatarnos. “Yo había saltado desde el borde del acantilado y justo cuando estaba a punto de dar contra el fondo, ocurrió algo extraordinario: me enteré de que había gente que me quería. Que le quieran a uno de ese modo lo cambia todo. No disminuye el terror de la caída, pero te da una nueva perspectiva de lo que significa ese terror. Yo había saltado desde el borde y entonces, en el  último instante, algo me cogió en el aire. Ese algo es lo que defino como amor. Es la única cosa que puede detener la caída de un hombre, la única cosa lo bastante poderosa como para invalidar las leyes de la gravedad”.
Creo que después de que crudamente nos damos cuenta de que a veces no importa lo que hagamos, porque de todas maneras la caída llega, es cuando de alguna parte sacamos fuerzas y nos damos cuenta de que en realidad no es cierto eso de borrón y cuenta nueva: de alguna forma todo queda, aunque en nuestro interior lo vayamos procesando de distintas formas.  Es en el proceso donde está el secreto de lo que va a pasar más adelante. Porque a veces las mismas personas que detuvieron tu caída son las que después por una razón u otra se van de tu vida, y al fin de cuentas esas razones son secundarias cuando todo lo que pasó en ese momento y pasa ahora es el resultado de haber sido fieles a nuestro ser. Este protagonista lo fue desde principio a fin, incluso cuando por sus propias razones internas pudo haber evitado vivir en las condiciones que al comienzo de la novela se muestran. Su amor por Kitty, espontáneo y apasionado, nos conmueve porque es real. Pero lo que más me impactó de esta novela es su encuentro con Effing. A veces las personas que más aborrecemos son las que más nos enseñan. Por ahí las personas que comenzamos aborreciendo son las mismas que terminamos amando (también sucede a la inversa). Si todo a nuestro alrededor es cambio constante, ¿a qué nos estamos aferrando? Esa es la respuesta: a nada. O quizás a todo, en definitiva es lo mismo. Sin embargo más allá de todo subyace una esencia, que sentimos y creemos como nuestra, o tal vez un mito, el del hombre que llegó a la luna o cómo todo lo que se relacione a esto va marcando los pasos en nuestra vida. Pueden ser astros, versos, animales. El propósito es dar un sentido. El sentido se lo damos nosotros. Y así, cada vez que perdemos algo, podemos volver a empezar, hasta el fin.


4 comentarios:

  1. trato de hablarte con silencio en mis palabras y no me escuchas

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  2. Agradecería que pongan su nombre en los comentarios cuando se comenta de forma anónima. Gracias por pasar.

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  3. Hafid Ichinh Mariachi7 de marzo de 2012, 3:37

    Me gusta tu critica emi :) parece que te has gustado tanto como a mi ese libro de Auster. Tendras que leer los de la trilogia de Nueva York que tambien son muy copados. Perdon por la falta de inspiracion. Es que hoy es dia de estudios serios No me viene el lirismo :)

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  4. Liricos o no, sus comentarios son bienvenidos querido :) gracias por este libro maravilloso. Se me cuida, beso grande.

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