martes, 26 de marzo de 2013

Siempre empezó a llover


Siempre empezó a llover
en la mitad de la película,
la flor que te llevé tenía
una araña esperando entre los pétalos.
     
Creo que lo sabías
y que favoreciste la desgracia.
Siempre olvidé el paraguas
antes de ir a buscarte,
el restaurante estaba lleno
y voceaban la guerra en las esquinas.
     
Fui una letra de tango
para tu indiferente melodía.




Julio Cortázar, París. En algún mes de 1980



domingo, 24 de marzo de 2013

Once (2006)





Solamente Glen Hansard y Markéta Irglová pueden tener la genialidad suficiente para componer canciones que digan cosas tan reales... que en ese momento no las supimos ni vos ni yo.




miércoles, 20 de marzo de 2013

El día que Nietzsche lloró


  "El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo". 

                                                                                                  F. Nietzsche



Hay algo que me sucede con los libros y que no me pasa con las películas. Que no me pasa, de hecho, porque en las películas no existe la necesidad de imaginarse los escenarios: ya están ahí, a la vista. Pero en cambio, pienso en El día que Nietzsche lloró, y me acuerdo (como si los hubiera visto) de Lou Andreas –Salomé. De sus ojos abiertos, inteligentes, ofreciéndole a Breuer su brazo para acompañarlo al hotel, algo totalmente inusual para una dama de su época. Y me parece que vuelvo a estar en el despacho del mismo Breuer, rebasado de libros, sentado en su escritorio con un Sigmund Freud joven, hablando de los resultados de sus primeros experimentos con la hipnosis. Pero sobre todo lo veo a él, uno de los filósofos más grandes de la historia. Nada cínico, pesimista, honesto a más no poder. Un genio.

Esta historia comienza cuando Lou Andreas Salomé visita a Breuer, célebre médico vienés, preocupada por Nietzsche. Breuer tenía sus propios problemas. Enamorado de la mujer a quien trataba a causa de su histeria, Bertha Pappenheim, ya tenía otro tanto. Ahí estaba Freud, para recurrir a él como amigo y confidente.  El problema de Nietzsche consistía en agudas jaquecas que no cesaban, dificultades para dormir, concentrarse, en definitiva vivir. La culpa mueve a Salomé a consultar a Breuer, ya consciente de que Nietzsche era una de las grandes mentes que la humanidad daría al mundo, y sabiendo que el estado calamitoso del filósofo había empeorado después de que ella se negara a casarse con él, además de haber destruido su amistad con Paul Rée. Dado que Nietzsche, viendo la estructura avasallante del poder incluso en las relaciones en apariencia más inocentes, no deseaba someterse a un escrutinio por parte de ningún otro ser humano, Breuer deberá ingeniárselas para acercarse a él. Ya había otras veces consultado por sus dolencias, sin ningún resultado exitoso. Pero ahora, Breuer también necesitaba su ayuda. Con una inteligente astucia consigue que el filósofo confíe en él y le cuente sucesos de su vida… a la par que él iba analizándolos. El día que Nietszche lloró no es solo la historia de muchas grandes mentes en una sola; es también un libro donde podría contarse el germen de los comienzos del psicoanálisis, que toma parte cuando Breuer se pregunta acerca del por qué del síntoma, y trata de llegar a las raíces. Y termina descubriendo no sólo la verdadera cara de sus propios conflictos, sino los miedos, angustias y fantasías de uno de los grandes pensadores de toda la humanidad.






viernes, 15 de marzo de 2013

Paréntesis


Ves cosas y dices: ¿por qué? Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo: ¿por qué no?

                                                                                         George Bernard Shaw.


lunes, 4 de marzo de 2013

Cada vez que decimos adiós, muero un poquito.

Hoy pensaba deprimirme un poco escuchando Elliott Smith (Nota: No estoy deprimida, pero siempre voy a sostener que escuchar a Elliott deprime) y en lugar de eso, por un milagro alfabético, encontré un disco de Ella Fitzgerald donde canta las canciones de Cole Porter. Y ahí encuentro esta cancioncita muy linda, que comienza con la frase: Cada vez que decimos adiós, me muero un poco.Y no me deprimí ni un poco. Me puse feliz de que hayan existido - y aún existan - voces fantásticas como las de Ella. Ideal para escuchar a la nochecita. No apta para detractores del jazz.